viernes, 24 de febrero de 2012

LAS CLINICAS FELINAS: UN CAPRICHO O UNA NECESIDAD. PRIMERA PARTE

Durante las próximas semanas vamos a hablar sobre las clínicas felinas, que no tienen que ser exclusivamente de gatos. Se puede gestionar una clínica felina dentro de un Centro Veterinario que también atiende a perros, como veremos durante los próximos episodios.
Vamos a centrarnos hoy en lo que podría representar una visita al veterinario para un lindo gatito, que está tranquilamente reposando en el respaldo de un sofá, mientras el tibio sol de invierno calienta su diminuto cuerpo, ignorando por completo que tal día como hoy le toca ir al veterinario para su revacunación anual…
Para los gatos resulta extremadamente estresante ir a los Centros Veterinarios. Lo pasan realmente fatal
 desde el mismo momento en que sus propietarios pelean para introducirlos en el transportín, esa caja infernal que tienen guardada en un altillo, y que cuando la ven ya saben que irán al veterinario, donde recuerdan claramente que allí les ponen inyecciones contra su voluntad. Lógicamente, desde el momento en que su propietario aparece con el citado artilugio, el felino hará todo lo posible para evitar ser introducido en su interior. Desde ese momento dejará de ser un amoroso gatito para convertirse en una feroz y salvaje pantera en miniatura, pero con su potencial destructor a pleno rendimiento. Finalmente, y muy a su pesar, el gato será introducido en el transportín, pero se quejará amargamente durante todo el viaje, afligiendo aún más a su propietario. El resultado; incesantes maullidos durante todo el trayecto, los viandantes que se cruzan con ellos miran con cara inquisidora a sus propietarios, lo que consigue avergonzarles aún más. Quisieran decirles “no somos maltratadores de animales, sólo vamos al veterinario, lo hacemos por su bien, de verdad, ¡tienen que creernos!”. A pesar de todo, ya han conseguido llegar a la Clínica Veterinaria, y claro, tienen que esperar su turno en una sala de espera en la que hay varios perros, algunos de los cuales, intrigados sobre lo que hay dentro de esa extraña mezcla de caja y jaula, se acercan a mirar y a olfatear. Nuestro pobre minino ya no puede más, se eriza todo lo que puede y les bufa al mismo tiempo que trata de arañar sus hocicos, pero se queda frustrado, ya que la rejilla del transportín no le permite alcanzar su ansiado objetivo. Al cabo de unos minutos de espera, nuestro minino y su ya estresadísimo propietario son llamados a entrar en una consulta en la que los últimos cuatro pacientes han sido perros, cuyo olor queda bien patente para el felino. De pronto la rejilla del artilugio de tortura se abre, se introduce una mano que lo agarra de manera inmisericorde del pescuezo y lo arrastra, con lo que para nuestro gato es una gran violencia a la que no está en absoluto acostumbrado. “¡Ya no puedo más, tengo que hacer algo o van a acabar conmigo!” piensa nuestro minino, al mismo tiempo que adopta una actitud claramente defensiva, dispuesto a acabar con cualquiera que se atreva a cogerlo, incluso con su asombradísimo propietario. Finalmente, el tema acaba cuando es introducido en una nueva jaula en la que de forma repentina es aprisionado contra una de sus paredes, sintiendo un agudo pinchazo en el muslo, y al cabo de unos minutos le asalta un fuerte mareo, perdiendo seguidamente el sentido, a pesar de sentir que no quería perder el control de la situación…
Este breve relato podría representar, aunque de forma algo exagerada, lo que significa para muchos gatos, y también a sus propietarios, una visita al veterinario. Lo normal es que los propietarios, tras la visita, tengan un gran sentimiento de culpa por haber hecho pasar semejante trago a su amoroso gatito, que por otra parte, parece estar bastante resentido con él, evitándole durante un par de días.

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